Los Últimos de Filipinas
En 1521 Fernando de Magallanes, capitán de la expedición que
habría de dar la vuelta al mundo, arriba a las costas de una isla del Pacífico
que inmediatamente toma en posesión para la corona española. Magallanes
encontró allí la muerte, pero Juan Sebastián Elcano logró regresar a España y
contó las maravillas que allí había visto. Más tarde, en 1544 Ruy López de
Villalobos exploró las mismas islas – a las que bautizó como «Filipinas» en
honor a Felipe II – y, aunque no pudo colonizarlas en su totalidad, sí estableció
una ruta comercial con los territorios hispanos. La verdadera colonización
empieza en 1565 de la mano de Miguel López de Legazpi, quien estableció el
primer asentamiento en Cebú (1565) y en 1571 fundó la ciudad de Manila que se
convertiría en el centro administrativo y económico del Imperio Español en
Asia.
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Manila, s. XVII |
Desde 1565 hasta 1821 la Capitanía General de las Filipinas
dependió del Virreinato de la Nueva España, en México. Posteriormente, tras la
independencia de México se administró directamente desde Madrid hasta el 12 de
junio de 1898, fecha en que los filipinos bajo el mando del general Emilio
Aguinaldo declararon su efímera independencia. Al finalizar la guerra
hispano-americana, en el Tratado de París de 1898 quedó establecido que España
cedía a Estados Unidos las islas Filipinas y la isla de Guam.
Uno de
los exponentes máximos de las conquistas que tuvieron lugar en estos siglos era
el de la religión católica. Como estrato privilegiado de la sociedad, ejercía
presión a la corona para poder sacar beneficio de las colonizaciones. Así pues,
las riquezas que se pudiesen extraer de las colonias quedaban divididas entre
la corona y el clero; eso sí, el clero siempre disfrazaba los motivos de sus
expediciones con dos claros movimientos: la expansión de la palabra de Dios al
infiel y la educación de los indígenas en la fe cristiana. No pudo ser de otra
manera en Filipinas y, mientras Manila se erigió como el centro administrativo,
otros territorios quedaron en manos de los frailes católicos.
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Basílica Menor de San Lorenzo Ruiz, Manila |
A medida que España se debilitaba como Imperio y los frailes
iban incrementando la represión, los nativos empezaron a rebelarse. A finales
del siglo XVIII tuvieron lugar varias revueltas campesinas muy localizadas y
fáciles de aplastar. La situación cambió durante el siglo XIX cuando surgió una
resistencia entre la clase acomodada, formada por mestizos con tendencias
nacionalistas que habían sido educados en España. Entre ellos se encontraba
José Rizal, médico, poeta, escultor, pintor, que fue fusilado por los españoles.
Los fusilamientos se iban sucediendo y los españoles o no
quisieron o no supieron ver que lo único que hacían era avivar los rescoldos de
la rebelión que pronto encontró a nuevos líderes como Andrés Bonifacio y el
movimiento Katipunan (1897), que llegó a establecer un gobierno revolucionario
en Manila.
Paralelamente
a esta situación de enfrentamiento, otra colonia española en ultramar, Cuba,
era también escenario de revueltas nacionalistas, azuzadas por Estados Unidos
que habían puesto sus ojos en la isla. Los estadounidenses usaron como excusa
el hundimiento de su acorazado Maine
para entrar en guerra con España en 1898; una guerra que se extendió a
Filipinas donde se encuentra Baler, refugio de los verdaderos protagonistas de
esta historia: los últimos de Filipinas.
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Iglesia de Baler |
Baler era una pequeña aldea ubicada al noroeste de Filipinas,
situada cerca del mar y con una población eminentemente rural y con escaso
número de habitantes. Cuando estalló la revolución, en Baler solamente había un
cabo de la Guardia Civil y cuatro indígenas que, temerosos de que la población
se rebelase, pidieron refuerzos. Llegaron entonces cincuenta españoles al mando
de un joven inexperto que dividió a las tropas. Esta acción supuso un gran
fracaso pues los filipinos los masacraron, aunque no lograron reducirlos a
todos.
Una segunda expedición de unos cincuenta hombres, el 2º
Batallón Expedicionario de Cazadores llegó a la isla comandado por Enrique de
las Moreras y Fossi (Comandante Militar), el teniente Juan Alonso Zayas y el
teniente Saturnino Martín Cerezo.
Nada más llegar al pueblo, este batallón observó que el mejor
edificio para defenderse era la iglesia, por lo que la acondicionaron y
llevaron víveres para resistir un tiempo; tapiaron las ventanas dejando
pequeños resquicios para poder disparar, construyeron un horno para cocinar
pan, hicieron una letrina en el corral e, incluso, cavaron un pozo donde
encontraron agua; también construyeron una trinchera alrededor del edificio. Lo
que no sabían estos españoles es que la rebelión había terminado y que las
islas Filipinas ya no pertenecían a España.
En los días posteriores al atrincheramiento los filipinos
enviaron varios mensajes a los españoles en los que les informaban de la
retirada española de la colonia. Trataron por todos los medios de hacerles ver
que estaban solos, que nadie vendría a ayudarles. Sin embargo, los españoles
creían que se trataba de una estratagema para que se rindieran y siguieron acuartelados.
Al ver que no se rendían, los filipinos pasaron del intento de
persuasión al ataque. Durante los meses que estuvieron atrincherados se
sucedieron los cañonazos, los tiros y la quema de cabañas por ambos bandos. Con
el paso de los meses hicieron aparición las enfermedades que fueron diezmando a
los españoles, sobre todo el beriberi,
una enfermedad tropical que se llevó al jefe de destacamento, el capitán Enrique
de las Moreras, y al teniendo Juan Alonso Zayas.
Finalmente, tras 337 días de atrincheramiento el teniente
Martín Cerezo – que había quedado al mando tras el fallecimiento de Las Moreras
y Zayas – recibe noticias reales sobre la rendición de España mediante un
periódico de la época. Cerezo acepta rendirse a cambio de un trato honroso y
que no sean considerados prisioneros de guerra. Los filipinos, hartos de la
situación, aceptan todas las condiciones. El 2 de junio de 1899 los últimos de
Filipinas abandonan la isla de Baler entre la admiración de sus enemigos, según
el acta de rendición de Aguinaldo, el presidente de la República de Filipinas:
“Habiéndose
hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españoles que guarnecían
el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel
puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su
bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia
del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las
virtudes militares e interpretando los sentimientos del ejército de esta República
que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de
acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo a disponer lo siguiente:
Artículo
Único. Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán
considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en
consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios
para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899.
El
Presidente de la República, Emilio Aguinaldo”.
Los llamados “héroes nacionales”, por su valentía al defender
una plaza que todavía creían española, fueron muy pronto olvidados, así como
todos los combatientes que estuvieron en las diversas colonias que España perdió
a lo largo del siglo XIX. Muchos de ellos llegaron a España con la convicción
de que serían recompensados por sus años de servicio, pero la realidad a su
llegada fue otra: olvido y miseria.
Por su parte, los Estados Unidos venció en la guerra y
Filipinas se convirtió en colonia americana hasta el 4 de julio de 1946, momento
en que Estados Unidos les concedió la independencia más nominal que real.
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