La prostitución durante el Siglo de Oro español

Por todos es sabidos que la prostitución es el oficio más viejo del mundo y que, por mucho que la iglesia lo condenó, nunca pudo acabar con ella. Durante el Siglo de Oro español, ese famoso y apasionante siglo XVII repleto de pícaros, poetas, espadachines y prostitutas, todo parece indicar que este oficio gozó de reglamentación y buena salud.

La reglamentación para el ejercicio de la prostitución establecía que la prostituta debía ser mayor de doce años, huérfana o de padres desconocidos, o abandonada por su familia (y que ésta no fuese noble), y que hubiese perdido la virginidad. Era obligación del juez, antes de otorgar el permiso, el intentar disuadir a la aspirante con una charla sobre la moral. Tras cumplir con este requisito la mujer quedaba autorizada para ejercer. La tarifa media por servicio era de medio real en la segunda mitad del s. XVI, que equivalía a la cuarta parte del salario diario de un peón.

Periódicamente eran revisadas por un médico destinado a estos menesteres. Una vez al año, el viernes de Cuaresma, las prostitutas eran conducidas por los alguaciles a la iglesia de la Recogidas. Allí el predicador las amenazaba con la pena del infierno. Y es que durante la Cuaresma y la Semana Santa los prostíbulos permanecían cerrados.

En todas las grandes ciudades, desde el s. XVI, existían lugares para mujeres arrepentidas. En Madrid se fundó el primer establecimiento en 1587 y en 1691 y 1711 se fundaron otros. Felipe IV intentó cerrar las mancebías en alguna ocasión. Ciertamente, el 4 de febrero de 1623, ordenó el cierre de las mancebías porque “solo sirven de profanación, de abominaciones, escándalos e inquietudes”. La legislación represiva se repitió en 1632 y 1661, claro signo indicador de que la situación permanecía igual.

Ninguna prostituta española alcanzó, desde luego, la reputación de las venecianas o romanas ni el prestigio de una Imperia o una Tullia de Brescia y, al parecer, no hubo ningún pintor español que eligiese como modelo de madonna el rostro de una prostituta, como lo había hecho Rafael en Italia.

Hacia mediados del siglo XVII había más de ochenta mancebías en Madrid. Antoine de Gramont, en 1659,  se refería a la prostitución madrileña: “Después de las diez de la noche cada uno va allí solo, y se quedan todos hasta las cuatro de la mañana en las casas de las cortesanas públicas que saben retenerlos por tantos atractivos…El gasto que hacen en casa de estas cortesanas es excesivo porque nada les parece caro…”

Sin embargo, fue Valencia la ciudad española con mayor índice de prostitución. Ya Lalaing en 1501 se refirió al admirable burdel de esta ciudad. Bartolomé Joly subrayó: “Hay en Valencia, como en el resto de España, pero más delicioso aquí, un grande y célebre lugar de mujeres dedicadas al placer público, que poseen todo un barrio de la ciudad, donde esta vida se ejerce en toda libertad. Un proverbio español dice: «Rufián cordobés y puta valenciana…». Las mujeres de este oficio están a vil precio, entre la excesiva carestía de todas las demás mercancías".

Asimismo destacó Sevilla, donde se calcula había unas 3.000 rameras en el s. XVII. Sin embargo, también tuvo notable desarrollo en España la práctica de la sodomía y la bestialidad, el sexo "contra natura". La Inquisición sólo tuvo jurisdicción sobre estos pecados en la Corona de Aragón. El tribunal inquisitorial que recogió más casos de sodomía fue el de Zaragoza con 791 casos, seguido del de Barcelona con 453 y Valencia, 379, todos ello de 1540 a 1700. En la sodomía se observa la presencia mayoritaria de personas jóvenes (menores de treinta años) con abundancia de clérigos y oficios o situaciones marginales (estudiantes, buhoneros, extranjeros). Raphael Carrasco ha demostrado cómo la sodomía parece contemplar la doble tipología del amor loco de privilegiados, la superación lúdica de las barreras de la legitimidad y su contraposición: el infierno de la histeria y la represión, el mundo más ingrato de la marginación sexual. En el caso de los privilegiados se observan casos de procesos inquisitoriales por sodomía a personajes como el Mestre de Montesa (Pere Lluis Galcerà de Borja), el noble don Jaume Centelles o los frailes mercedarios (fray Manuel Arbustante o Juan Velasco Risón).

Escena burdel serie Águila Roja
En el otro tipo, merece destacarse la terrible sumisión sexual de los criados. La penalización fue severa. En Castilla, los Reyes Católicos, habían decretado la hoguera en 1497, pena revalidada por Felipe II en 1598. La Inquisición fue, sin embargo, más suave. Pocas veces impuso la condena a muerte (normalmente, sólo cuando se trató de moriscos sodomitas). En cualquier caso, siempre contó decisivamente la condición social del inculpado. El bestialismo, delito típico de clases sociales muy marginales, suscitó, en cambio, penas más gravosas, con frecuencia la pena de muerte.

Este despliegue de energías sexuales tuvo los contrapesos de una religiosidad obsesiva y la fijación por las pautas conductivas que marcaba el honor social. 

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