Carlos II y la endogamia de los Austrias

Carlos II, conocido como el Rey Hechizado, murió el 1 de noviembre de 1700. Era el último miembro de una dinastía que reinó en España desde comienzos del s. XVI y el fruto de una familia que, al haber practicado una política matrimonial endogámica, había ido deteriorándose generación tras generación.


Si nos remontamos un poco en el tiempo, Carlos I se casó con su prima Isabel de Portugal y fruto de esa relación nació Felipe II quien casó en cuartas nupcias con su sobrina Ana de Austria, quien engendró a Felipe III que casó con su prima Margarita de Austria-Estiria. De este matrimonio nació Felipe IV quien casó con su sobrina Mariana de Austria. Si observamos con detenimiento el árbol genealógico observamos que Carlos II, hijo de Felipe IV y Mariana de Austria, llevaba la misma sangre por parte de sus abuelos paternos que de los maternos.

Carlos de niño
 Carlos II nació el 6 de noviembre de 1661. La Gaceta de Madrid difundía la noticia del nacimiento, que se trataba “de un robusto varón, hermosísimo de facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes”.

Durante su infancia tuvo importantes problemas de aprendizaje. A los tres años todavía no se le habían cerrado los huesos del cráneo y no se mantenía de pie, hasta los seis años no pudo andar y aun a los nueve años lo hacía con dificultad.

Tuvo infecciones bronquiales, dentales, sarampión y varicela a los seis años, rubéola a los diez años y viruela a los once. Además, sufría diarreas consecutivas debido al prognatismo familiar que le hacía masticar mal, a su glotonería y a las prescripciones médicas de la época. Tenía adicción al chocolate. Sufrió crisis epilépticas que se acentuaron al final de su vida. 

A la debilidad física y corporal, se le unía el escaso desarrollo intelectual. A los nueve años hablaba con dificultad y no sabía leer ni escribir. A pesar de tener los mejores maestros de la época, la exigencia fue mínima. Carente de voluntad propia, a lo que colaboró el autoritarismo de su madre, estuvo siempre a merced de sus próximos, aunque sus accesos de ira eran frecuentes.

María Luisa de Orleans
 Al morir su padre Felipe IV, Carlos solamente contaba con cuatro años, pero fue nombrado rey bajo la regencia de su madre. Una vez alcanzada la mayoría de edad, se empezó a plantear su matrimonio. Su madre quiso imponer a una princesa austríaca, lo que conllevaba más consanguinidad, pero cuando ésta perdió el poder frente a Juan José de Austria, en la corte se fue ampliando el número de partidarios a favor de una princesa francesa. Se eligió a una sobrina de Luis XIV, María Luisa de Orleans. La angustia de la novia fue tremenda, más aún cuando el embajador francés, marqués de Villars, escribía a su corte: “El Rey Católico es feo para causar espanto y de mal semblante”. En 1679, contando dieciocho años el rey, se celebró la boda en Quintanapalla.

María Luisa no fue querida por el pueblo, por ser francesa pero sobre todo por no dar un heredero al rey. Esta fue la mayor inquietud en la corte. En un principio se llegó a creer que la Marquesa de Soissons, famosa por ser la envenenadora de la corte francesa, le había lanzado algún hechizo a Carlos para que no pudiese engendrar. Sin embargo, influido por su madre, un astrólogo de Bohemia le dijo que la causa de la esterilidad se debía a que no se había despedido de su padre en el lecho de muerte. Así las cosas, Carlos II se dirigió al monasterio de El Escorial y mandó desenterrar el cuerpo de su padre. En vista de que esto tampoco acabó con el problema, se recurrió después a todo tipo de fórmulas para lograr el embarazo, lo que ocasionó frecuentes problemas intestinales a la reina y vivió los últimos años de su vida pensando que la querían envenenar. Murió en 1689 de una apendicitis con peritonitis, tratada con aplicaciones en el vientre de rebanadas de molletes empapadas en vino de Lucena.

A los diez días de la defunción, el Consejo de Estado le propuso al rey un nuevo matrimonio y la elegida fue Mariana de Neoburgo por el alto nivel de fertilidad de su familia, pues su madre había engendrado a veintitrés hijos. 

Mariana de Neoburgo
En los últimos años de su vida los problemas médicos se agudizaron llevando a un envejecimiento galopante. En la corte lo que más preocupaba continuaba siendo la falta de descendencia del rey, pues la reina Mariana tampoco le daba hijos. A falta de una explicación médica, se atribuyó a un hechizo que pesaba sobre el monarca. Este hecho le influyó hasta tal punto que en 1698, a través de su confesor, el padre Froilán Díaz, solicitó permiso al Inquisidor General para iniciar un proceso de exorcismo. El confesor sabía que en Caldas de Tineo (Asturias) había un capellán, Fray Antonio Álvarez, que tenía poderes exorcistas. El resultado fue que Satanás dijo que el rey estaba hechizado y “que el hechizo se lo habían dado en una taza de chocolate el 3 de abril de 1675 en la que habían disuelto sesos de un ajusticiado para quitarle el gobierno, entrañas para quitarle la salud y riñones para corromperle el semen e impedir la generación y que la causante fue la reina viuda doña Mariana para seguir gobernando”. Ante esto Fray Antonio propuso como remedio que el monarca tomase un cuartillo de aceite en ayunas con la bendición de exorcismos.

Su estado clínico, agravado con las pócimas que le suministraban, fue empeorando. En marzo de 1698 el embajador francés, marqués d’Harcourt, escribía a Luis XIV: “es tan grande su debilidad que no puede permanecer más de una o dos horas fuera de la cama”, “cuando sube o baja de la carroza siempre hay que ayudarle”, “tiene hinchados los pies, piernas, vientre, cara y a veces hasta la lengua, de tal manera que no puede hablar”. Edemas, fatiga, ataques epilépticos, accesos febriles, etc., hasta que el 1 de noviembre de 1700, a punto de cumplir 39 años, falleció.

A los reyes no se les practicaba la autopsia, pero con Carlos hicieron una excepción debido a su hechizamiento. En ella apareció que tenía el corazón del tamaño de un grano de pimienta, los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos, un solo testículo negro como el carbón y la cabeza llena de agua.


Carlos padeció toda su vida debido a la consanguinidad, lo que le causó diversas enfermedades. Pero sobretodo, Carlos fue víctima del poder y de la corte que le apoyaba y que hizo todo tipo de barbaridades para que los Austrias siguiesen reinando en España, cosa que probablemente hubiese ocurrido si hubiesen emparentado con otras familias que no fuese la suya propia. 

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