Lucio Urtubia: el Robbin Hood español (Parte I)
Esta es la historia de un hombre sencillo que dedicó su vida a luchar contra el Estado opresor. Puede que muchos lo vean como un estafador, un ladrón sin escrúpulos, pero, antes de juzgar, hay que entender los motivos que impulsan a la gente a comportarse como lo hacen.
“Estoy convencido de que lo único que nos
permite avanzar es la cultura y la educación, con todos los peros que podemos
poner a la educación que se nos da. Puedo explicar lo que he hecho, pero no
puedo defenderlo. Todo lo que hice fue en función de la pobreza en que vivía y
el deseo de superarla, para mí y para muchísimos otros como yo”.
Lucio Urtubia
Lucio Urtubia
nació el 18 de febrero de 1931 en Cascante. De familia pobre, su abuelo
paterno, Doroteo, siempre fue un carlista convencido y transmitió sus ideas a
sus hijos. Su abuelo materno trabajaba en la finca de Martín Guelbenzu, al que
llamaban “Señor Amo”. Su padre, Amadeo
en palabras del propio Lucio “entró en la
cárcel siendo carlista y salió siendo socialista”. En aquel entonces las
cárceles eran los principales focos de extensión de las ideas anarquistas y
socialistas. Lo detuvieron por disparar a un grupo de liberales que celebraba
el Primero de Mayo. Posteriormente fue elegido secretario local de la UGT y más
tarde segundo alcalde.
Aunque en la
Ribera de Navarra eran muy conservadores y religiosos, también existían
fábricas donde se transmitían las grandes ideas del progreso: el socialismo y
el anarquismo. En la España del 1936 había dos sindicatos muy fuertes: la CNT
(Confederación Nacional del Trabajo, anarquista) y la UGT (Unión General de
Trabajadores, socialista).
Cuando estalló
la Guerra Civil tuvieron que refugiarse en casa de su abuelo Doroteo. Su padre
fue el segundo alcalde de Cascante durante la República, mientras que a su
madre la denunciaron las hijas del “Señor Amo” por haberlas insultado al
haberse afiliado a Falange. En esta época a las mujeres se les rapaba el pelo,
se les daba aceite de ricino y se las paseaba por el pueblo hasta que no podía
aguantar más y se hacían sus necesidades encima, delante de toda la gente.
Pero, a su madre no la pudieron encontrar nunca. A pesar de todo, a su abuelo,
su padre y su hermano Alfonso les impusieron trabajos forzados durante la
guerra, pero no los llevaron a la cárcel ni les fusilaron.
Familia Urtubia |
La pobreza le
hizo agudizar el ingenio y empezó a tener inquietudes y deseos de progreso
social. Suyas son las palabras: “Continúo
creyendo que la pobreza puede ser revolucionaria y la riqueza puede darnos
sueño y adormecernos”. Al mismo tiempo también le hizo perder el respeto a
la propiedad privada, la Iglesia y el Estado. En la España anterior a la guerra
civil, la riqueza la acumulaban los señores que poseían las tierras y las
fábricas. Estas tierras eran trabajadas por los pobres agricultores convertidos
en jornaleros. En una finca, por ejemplo, había un guardés que vivía con su
familia en una casucha y se dedicaba a hacer las labores de mantenimiento hasta
que llegaba el señor, a quien debía rendir cuentas. Sin embargo, este señor no
apreciaba en nada sus propiedades, solamente vivía de las riquezas de los
jornaleros, quienes trabajaban de sol a sol por un suelo mísero que no les daba
ni para alimentar a su familia. En las fábricas pasaba lo mismo, las minas por
ejemplo, eran trabajadas por los mineros que enfermaban por la mala ventilación
y las malas condiciones. Recibían un sueldo mínimo y si se les ocurría
rebelarse, el señor mandaba a la guardia civil para proteger sus bienes. Esta
era la España en la que se forjó el odio al privilegio y a aquellos que lo ostentaban.
Lucio dejó la
escuela a los diez años y empezó a trabajar con su padre en el campo en unas
condiciones muy duras pues apenas tenían para vestirse. Después trabajó de
albañil, leñador, agostero. Y así fueron pasando los años hasta que en 1950 su
padre enfermó de cáncer y murió sufriendo por no poder comprar morfina. En este
trance, con diecinueve años, intentó asaltar el banco, aunque falló las dos
veces que lo intentó.
Sin esperarlo,
se enamoró de la hija de un fascista, Carmen. Su padre, que no consentía que su
hija fuese con un pobre y además rojo, le daba tremendas palizas. Lucio no pudo
soportarlo y marchó a Tudela, de allí a Bilbao y luego a Biarritz. Allí lo
detuvieron los gendarmes franceses y lo enviaron a Endarlatza, de donde fue a
parar a la cárcel de Bera del Bidasoa, y unas semanas más tarde a la de
Pamplona. A Carmen la enviaron a Barcelona y tardó tiempo hasta que la volvió a
ver.
Cuando salió
de la cárcel se quedó en Pamplona y posteriormente se fue a Logroño a realizar
el servicio militar. Allí lo pusieron de encargado de la cantina del regimiento
y pronto, con la ayuda de unos gallegos encargados del almacén, empezaron a sacar
toda clase de mercancías en unos toneles que se utilizaban para llevar el
pienso a los animales de una granja. Posteriormente se lo vendían a un señor de
Logroño. Lucio mandaba sus ganancias a su madre. Según cuenta en su
autobiografía, esto se pudo hacer con el beneplácito de algunos de los oficiales
de mayor rango.
Durante un
permiso de varios meses se fue a Valcarlos a trabajar de albañil con su hermano
y por las noches se dedicaban al contrabando de bebidas alcohólicas, café, tabaco,
piezas de recambio, etc., que traían desde Francia. Según su autobiografía: “El contrabando era una actividad prohibida,
pero era absurdo. Pasar por la frontera unos cartones de tabaco, café o
alcoholes estaba permitido si los declarabas y pagabas; ese pago era una pura
imposición de los hombres, una explotación que sólo favorecía a una minoría
privilegiada”. Estando en Valcarlos se enteró de que habían descubierto los
robos del almacén del regimiento y que le habían señalado a él como único responsable.
En esta época en la que imperaba el franquismo y la disciplina militar,
seguramente lo hubiesen encarcelado y pedido la pena de muerte para él, así que
en vez de volver al regimiento pasó la frontera a Francia y empezó una vida que
jamás hubiese imaginado poder vivir.
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