Ser esclavo en la Antigua Roma

Por desgracia, en toda la historia de la humanidad, siempre ha existido la esclavitud. Roma llegó a albergar 900.000 de esclavos en el s. I d.C. Pero, ¿cómo eran los esclavos romanos?

Los esclavos o servi ocupaban la posición más baja de la escala social romana; una sociedad muy jerarquizada con clases y roles muy marcados y casi imposibles de romper. Pero, aunque el esclavo ocupaba el peor lugar en la sociedad romana, también era un elemento imprescindible para su supervivencia.

Muchos autores hablan de ellos como de “la base de la economía romana”: su sistema productivo dependía en gran medida de ellos, hasta el punto de que la esclavitud nunca fue abolida en Roma. En la mentalidad de la época era un hecho social y económicamente necesario y aceptable. Las guerras y conquistas eran la principal fuente de esclavos, aunque no la única. En el apogeo del Imperio, el Mediterráneo, Europa, África y Asia proporcionaron mano de obra gratis para seguir construyendo y dominando el mundo antiguo.  

Mercado de esclavos
Los esclavos eran vendidos en subasta pública. El sistema que se utilizaba era el de subirlos a una tarima giratoria llamada catasta y ponerles colgado al cuello el titulus, donde se especificaba su procedencia, edad, habilidades y defectos. A veces, la compraventa se llevaba a cabo en tiendas o directamente de forma privada si la “mercancía” era muy valiosa. Como casi todo en Roma, la trata de esclavos estaba regulada por leyes y los quaestores (funcionarios fiscales) vigilaban de cerca las transacciones.

En Roma, al contrario que en la sociedad griega, el esclavo era una propiedad de la que se podía exigir cualquier cosa, desde trabajo hasta sexto. Incluso la ley permitía matar a un esclavo si el propietario así lo consideraba.  

Tipos de esclavos

Los esclavos que gozaban de buena forma física eran destinados a las minas o a la arena como gladiadores. Las mujeres normalmente eran condenadas a la prostitución, aunque no era un hecho generalizado.

También había esclavos agrícolas que trabajaban el campo (ager) al servicio de los terratenientes propietarios de grandes villas y domus. El cultivo de cereales, la prensa de aceite, vino o garum (salsa de pescado) eran algunas de sus ocupaciones, además de mantener en orden la villa. Algunos de ellos, incluso, gracias a sus conocimientos y a la confianza del amo, llegaban a ocupar cargos importantes en la gestión de tierras y los negocios de su dueño. 



En la ciudad la mayoría eran esclavos domésticos: mayordomos, cocineros, empleadas domésticas, peluqueros, costureras, etc. Igual que en el campo, los de más alta posición podían llevar las cuentas de la casa y administrarla mientras el dueño se dedicaba a sus negocios.  

Salvo excepciones, los esclavos gozaban de una relativa libertad en las ciudades; sus quehaceres les obligaban a desplazarse y a negociar compras o transacciones domésticas. También podían vivir en pareja y formar una familia, pero siempre bajo la fórmula de concubinato (al no ser considerados ciudadanos, no podían unirse en matrimonio) y siendo conscientes de que sus hijos se convertirían en esclavos nada más nacer.

En el escalafón más alto de la esclavitud, los gestores domésticos y aquellos esclavos con algún tipo de formación (contables, maestros y médicos) eran los que gozaban de una vida más tranquila, a pesar de no tener derechos. 

La libertad

El propietario podía conceder la libertad a un esclavo bajo la fórmula de la manumisión. De esta forma, los esclavos se convertían en libertos, es decir, tenían libertades pero seguían bajo control del patrono, que se convertía en su pater. Pero, aunque consiguieran la libertad, eran pocos los que conseguían ascender en la escala social. La gran mayoría simplemente pasaba a formar parte de la plebe y, por tanto, con la necesidad de trabajar para ganarse la vida. Paradójicamente, muchos lo acababan haciendo al servicio de sus antiguos amos.

Otra forma de alcanzar la libertad era intentar fugarse, aunque si no se tenía éxito, se castigaba duramente al esclavo, llegando incluso a su ejecución como escarmiento para el resto de esclavos que intentasen fugarse. El caso más conocido fue el de Espartaco.

A pesar de todo ello, parece ser que algunos esclavos tuvieron una vida más o menos aceptable, pues existen numerosas estelas funerarias que amos, esclavos y libertos se dedicaron mutuamente como muestra de agradecimiento.  

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