Gonzalo Fernández de Cordoba: el Gran Capitán

Nació en Montilla, Córdoba, el 11 de septiembre de 1453. Hijo de Pedro Fernández de Aguilar y Elvira de Herrera, fue paje del infante don Alfonso, hermano de Isabel la Católica hasta que éste murió, posiblemente a causa de un envenenamiento. Posteriormente, Isabel le llamó a su lado para defender sus derechos frente a los partidarios de Juana la Beltraneja, que le disputaba el trono de Castilla, a partir de entonces, entró al servicio de la Corte.

Sabemos que Gonzalo y la reina se tenían mucha estima y que Gonzalo fue el hombre más leal a los Reyes Católicos, pero sobre todo a la reina. No hay indicios de que hubiese ningún tipo de enamoramiento, sino más bien dedicación, admiración mutua y mucho cariño, pues se conocían desde muy jóvenes. 

Gonzalo entró en la vida pública como servidor de la corona de Castilla participando en la guerra de Granada entre 1482 y 1492. En dicha guerra tuvo una intensa actividad militar y política, en la que actuó como negociador, por su amistad con el rey de Granada, Boabdil, defendiendo el diálogo frente a la postura de los reyes.

Gonzalo, al ser hermano menor, tuvo que luchar para ganarse la vida, pues su hermano mayor, Alonso, al ser el primogénito, heredó todas las posesiones familiares. El hecho de estar siempre detrás de su hermano marcó su carácter. Esto le llevó a querer demostrar o puede que demostrarse a él mismo que también podía tener su propio linaje. Y lo consiguió. Fue nombrado duque de Sessa gracias a sus gloriosas victorias en Italia. 

Campañas de Nápoles

Al morir el rey de Nápoles, Fernando I, el rey de Francia, Carlos VIII, reclamó la corona, alegando derechos de la casa de Anjou sobre dicho territorio. Como la Casa de Aragón llevaba reinando en Nápoles desde hacía mucho tiempo, los Reyes Católicos intentaron disuadir al monarca francés de su empeño, pero éste ya había ocupado el reino de Nápoles.

En 1495, Gonzalo fue requerido para una nueva empresa militar. Desembarcó en Calabria al mando de un pequeño cuerpo expedicionario para hacer frente a las tropas francesas. Tras varios éxitos entre los que se incluyen la larga marcha a la fortaleza de Alella en 1496, regresó a Castilla en 1498, donde sus triunfos le valieron el sobrenombre de Gran Capitán y el título de Duque de Santángelo. El Papa Alejandro VI le concedió la Rosa de Oro por su ayuda. Esta condecoración sólo se la otorgaba el papa a emperadores, emperatrices, reyes, reinas y algún duque.

Fernando el Católico pactó en 1500 el reparto del Reino de Nápoles con Luis XII, rey de Francia. Pero este pacto fue roto en 1502 y comenzó la Segunda Campaña de Italia. Las fuerzas francesas, más numerosas, hicieron retroceder inicialmente a los españoles reduciéndolos a una pocas plazas en el sur de Italia, pero con la llegada de refuerzos desde Castilla, a lo largo de 1503, éstos derrotaron a los franceses en diversas batallas. En abril de 1503 el Gran Capitán derrotó en la batalla de Ceriñola al ejército francés mandado por el duque de Nemours, quien murió en combate. Tras esta batalla, el ejército español se hizo dueño de todo el reino napolitano. Esta batalla marca el inicio de la era de la infantería, al derrotar por primera vez en la historia una unidad de este tipo, armada con arcabuces, a una caballería en campo abierto. 

Terminada la guerra en 1504, Fernández de Córdoba fue nombrado virrey de Nápoles durante cuatro años. Tras la muerte de Isabel, temeroso de que se hiciese independiente, el rey Fernando le quitó el mando. Pese a sus deseos de volver a Italia, el monarca no se lo permitió y entonces se retiró a Loja, donde murió en 1515. 

Mientras vivió Isabel, ella nunca dejó que las habladurías afectasen la posición del Gran Capitán. Sin embargo, cuando murió el rey no se lo comunicó, sino que se enteró meses más tarde por boca de un mercader francés, lo cual le afectó mucho. Fernando nunca le pidió explicaciones a cerca de las conspiraciones que supuestamente llevó a cabo para apoderarse de Nápoles (enaltecidas por los nobles, envidiosos de sus logros), simplemente lo excluyó de la vida en la Corte.

Tres siglos después, durante la Guerra de Independencia, sus restos fueron profanados por el ejército napoleónico, que no le perdonó sus derrotas en Nápoles. 

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