La leyenda de la Papisa Juana
Juan VIII, el papa reconocido por la Iglesia, había nacido en Roma. Muchos cronistas afirman, que hubo tantos excesos en el pontificado de Juan VIII, que este pudo dar pie a la leyenda de la Papisa Juana. La biografía de Juan VIII fue excluida de Liber Pontificalis y el cardenal César Baronio lo definía como "uno de los más corruptos y pervertidos pontífices que ocupó la cátedra de Pedro".
Durante el siglo XIII, el cronista dominico Jean de Mailly recogió en su Chronica Universalis Mettensis la historia de una mujer llamada Joana, que había calzado las sandalias del pescador Pedro. Otro dominico, Etienne de Bourbon, adaptó la historia y la incluyó en su trabajo sobre los "Siete dones del Espíritu Santo".
Según Mailly, Juana habría nacido a principios del siglo IX en Maguncia, Alemania. Hija de un monje de origen inglés, su padre habría llegado a esas tierras para educar a los sajones en la fe de Cristo. Juana se educaría en la Abadía de Fulda, fundada por San Bonifacio en el año 744.
Joana tomó el aspecto de hombre y viajó a Roma hacia la mitad del siglo IX. Gracias a sus conocimientos, entró como copista bajo el nombre de Johannes Anglicus, y tras destacar por su erudición y conocimiento, fue nombrada Juan VIII en el año 857.
Ocupó la silla papal dos años, siete meses y cuatro días. El verdadero sexo del Papa fue descubierto durante el transcurso de la procesión del Corpus Christi, cuyo recorrido iba desde la Plaza de San Pedro hasta la Basílica de San Juan de Letrán. En un momento del recorrido, el Papa Juan VIII, se llevó las manos al vientre y comenzó a retorcerse de dolor, apareciendo de entre su hábito un recién nacido.
Ante el asombro de los presentes, un grupo de ciudadanos ofendidos por el engaño se abalanzó sobre ella lapidándola públicamente junto a su hijo recién nacido.
Fue borrado todo testimonio de su existencia, negándose a incluirla en la lista de Papas de la Iglesia, aunque varios religiosos de la época verificaron su extraordinaria historia.
A raíz de lo sucedido, cuentan los cronistas que se fabricó un asiento papal conocido como "sedia stercoraria", que dispone de un agujero en el centro del mismo. Este sillón se utilizaba una vez elegido nuevo Papa, tras el cónclave, y su función era determinar, mediante el palpado testicular por un joven diácono, si el recién escogido nuevo Pontífice era realmente varón.
Según numerosos escritos realizados durante siglos sobre la Papisa Juana, los dominicos fueron los encargados de difundir esta historia, precisamente en una época en la que la orden de Santo Domingo de Guzmán estaba siendo cuestionada por su entrega a la filosofía. Muy probablemente en la difusión de la historia pesó tanto el deseo de criticar los excesos del papado como la ignorancia histórica. Sin embargo, la historia de la Papisa Juana se ha mantenido en el tiempo.
Por otro lado, tanto para los opositores a la familias romanas que elegían a dedo al Papa que más les convenía, como para los partidarios de las tesis conciliarístas y los defensores de la reforma eclesial, resultaba especialmente útil este relato pues mostraba la necesidad de limitar las corruptelas, la vida licenciosa y mundana que afectaban a la corte papal.
Pero entonces, si el relato es un mito ¿por qué existe esta silla?
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